a galopar, a galopar...hasta enterrarlos en el mar.


jueves, 5 de mayo de 2011

penitenciagite!!

Todos hemos leído ó escuchado alguna vez esa afirmación, puede que infundada, que atribuye a los animales una sensibilidad especial capaz de prevenirles de la proximidad de un acontecimiento natural extraordinario (terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, etc.) que pueda representar una amenaza a su propia existencia.

Los seres humanos en tanto que especie animal, también deberían poseer esa facultad. No sólo desde su perspectiva biológica ó atávica, sino además por sus sofisticadísimas habilidades tecnológicas capaces ya no de pronosticar catástrofes, naturales ó de factura propia, más también de diseñar el mejor modo de enfrentarlas.

Pese a ello nuestra especie se  distingue del resto del mundo animal por, entre otras razones, ser la única que tropieza sistemáticamente en la misma piedra. Y es que cómo dicen en Altea: "D'on no n'hi ha, no mana".

El próximo 22 de Mayo los españoles están convocados a otras elecciones que, cómo las anteriores, no servirán más que para que unos vivos resuelvan cómo llenar el puchero a costa de la inmensa mayoría.

Ir a votar no es necesariamente una prueba de ciudadanía. Hay elecciones en sitios cómo Siria, Cuba, Argelia, Bielorusia, Moldavia, Ecuador, Argentina...en fin: en muchos sitios. Pero cómo decía, la celebración de elecciones no demuestra la existencia de una ciudadanía libre. Y es que la libertad es una cualidad que no viene concedida por instituciones ni ordenamientos. La libertad es un don del individuo que puede ejercerla ó, lo que entendemos cómo ejercicio de democracia representativa, delegarla. Si la delega se expone a no disfrutar de ella en toda su dimensión, a reducir el potencial de expansión física y metafísica que ese don otorga hasta los límites que otros determinen. Definitivamente, delegar la libertad es un asunto tan serio que parece bastante arriesgado reducirlo a un acto tan simple cómo depositar una papeleta en una urna sin garantías de que el contrato suscrito entre el elector y el elegido que tácitamente se recoge en los programas electorales vaya a ser cumplido ni siquiera en parte. Aquí la estafa y el engaño no tienen castigo. Al menos dentro del marco legal. Por eso no parece muy inteligente prestarse al juego. Por eso parece que debemos modificar nuestro modelo de contrato social, nuestra res publicae.

Esta situación no se reduce, por desgracia, a sociedades irresponsables, pueriles ó intelectualmente deficientes. Es un hecho al que hemos llegado precisamente a base de eso, de delegar en terceros nuestros asuntos más importantes: la educación de nuestros hijos, nuestra salud, el fruto de nuestro trabajo y hasta la posibilidad de provisionar nuestro futuro ante posibles contingencias. Prácticamente hemos delegado todo lo que realmente cuenta en nuestras vidas por un simple mecanismo de dejarse llevar.

Pues bien, al parecer,  puede decirse que quienes estaban a cargo de tan elevada misión han dilapidado todo cuanto se les confió dejándonos poco menos que a la intemperie.

El 22 de mayo en España y cualquier día que toque en cualquier otro sitio los ciudadanos libres y conscientes tienen más razones para quedarse en sus casas ó dedicar su tiempo a sí y a los suyos que acudir a las urnas a participar en la charada. No ir a votar sólo se puede interpretar cómo un acto de deslegitimación de lo que resulte. Y, consecuentemente, justifica cualquier acto de rebeldía posterior.